¿Es la memoria esa brújula que orienta nuestra existencia? ¿O vamos por ahí sobreviviendo gracias a la desmemoria? Hasta el momento, la mejor respuesta que la ciencia ha encontrado es una combinación de recuerdo y olvido. Los científicos que estudian el cerebro han descubierto que la memoria es más vulnerable y flexible de lo que se pensó por los siglos de los siglos: los recuerdos son cambiantes, sujetos a permanente edición y reescritura. La memoria es imposible de asir, porque no se trata de un órgano, un músculo, un hueso, sino de un conjunto de estructuras neuronales capaces de fundar, narrar, recolectar, recobrar y relegar memorias. Un proceso que ocurre en el cerebro, ese lugar del misterio y de las paradojas, cuando menos aritméticas: apenas mil 300 gramos de tejido albergan cien mil millones de neuronas que llegan a establecer cerca de mil billones de conexiones entre ellas.
La memoria se parece a la imaginación: las dos nos sitúan en un espacio y un tiempo distintos a lo que experimentamos por medio de los sentidos.
Al imaginar y al recordar se activan los mismos circuitos cerebrales: ésa es la razón por la que muchas de las personas con amnesia también pierden la capacidad de imaginación. Pero la memoria en realidad son varias memorias: aquellas experiencias que se conservan tan sólo por fracciones de segundos, las que perduran por días, los recuerdos bien establecidos y que se convierten en habilidades, por ejemplo.
Cada vez que ponemos en marcha nuestra memoria, la reconstruimos, alteramos los recuerdos mezclándolos con pensamientos y deseos actuales. Los estudiosos de la memoria han descubierto eso que los poetas han intuido siempre: tan importante es recordar como lo es olvidar. Olvidamos para seguir recordando. Nuevas experiencias sustituyen a los viejos recuerdos con una rapidez directamente proporcional a la cantidad de aprendizajes asimilados; aquello a lo que más importancia le asignamos es lo que mejor recordamos.
El cerebro activa mecanismos para separar los recuerdos de la realidad, aunque no siempre lo consigue. La máxima virtud de nuestra memoria es conferir un sentido de continuidad a nuestras vidas, al tiempo que descarta las experiencias prescindibles para nuestra sobrevivencia. Junta en una sola narrativa las reminiscencias de nuestros días y noches, define quiénes somos. Ahí están los teoremas de José Alfredo Jiménez como evidencia: “Si el tiempo, por mala suerte,/ sólo recuerdos puede traer,/ recuérdame, cariño,/ yo también te recordaré”.
Y si por ventura quieres que el recuerdo y la innovación estén siempres presentes en este antes erán y ahora són, te dejamos con este utensilio remeber
Fuente Juan Nepote
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